Los fenómenos extremos relacionados con el tiempo, el clima y el agua son cada vez más frecuentes e intensos en muchas partes del mundo como consecuencia del cambio climático. Estamos más expuestos que nunca a múltiples peligros conexos, que a su vez evolucionan como consecuencia del crecimiento demográfico, la urbanización y la degradación del medio ambiente.
Las predicciones sobre cómo SERÁ el tiempo ya no bastan. Las predicciones basadas en los impactos que informan al público de lo que el tiempo HARÁ son fundamentales para salvar vidas y medios de subsistencia. A pesar de ello, una de cada tres personas todavía no está debidamente cubierta por los sistemas de alerta temprana.
Es fundamental una mayor coordinación entre los servicios meteorológicos e hidrológicos nacionales, las autoridades de gestión de desastres y los organismos de desarrollo para mejorar la prevención, la preparación y la respuesta.
La COVID-19 ha agravado los retos a los que se enfrenta la sociedad y ha debilitado los mecanismos para hacerles frente. La pandemia también ha puesto de manifiesto que, en nuestro mundo interconectado, debemos adoptar un enfoque verdaderamente multirriesgos y transfronterizo para avanzar en el cumplimiento de los objetivos mundiales de acción climática, reducción del riesgo de desastres y desarrollo sostenible.
Estar preparados y ser capaces de actuar en el momento oportuno y en el lugar adecuado puede salvar muchas vidas y proteger los medios de subsistencia de las comunidades de todo el mundo, ahora y en el futuro.
Por consiguiente, el Día Meteorológico Mundial, celebrado el 23 de marzo de 2022, tiene como tema la "Alerta temprana y acción temprana" y destaca la importancia fundamental de la información hidrometeorológica y climática para reducir el riesgo de desastres.
OBJETIVOS DE DESARROLLO SOSTENIBLE
De hecho, 2030, es decir, de aquí a solo ocho años, es la fecha clave en la agenda mundial para hacer del mundo un lugar mejor. Es el año fijado para el cumplimiento de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, el Marco de Sendái para la Reducción del Riesgo de Desastres y el Acuerdo de París sobre el cambio climático. Todos están vinculados entre sí.
Pero no vamos por buen camino.
En el Marco de Sendái para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030 se describen cuatro prioridades de acción para prevenir nuevos riesgos de desastres y reducir los existentes: i) comprender el riesgo de desastres; ii) fortalecer la gobernanza del riesgo de desastres para gestionar dicho riesgo; iii) invertir en la reducción del riesgo de desastres para la resiliencia, y iv) aumentar la preparación para casos de desastre a fin de dar una respuesta eficaz y para “reconstruir mejor” en los ámbitos de la recuperación, la rehabilitación y la reconstrucción.
También incluye siete metas mundiales, conocidas como las Siete Metas de Sendái. En 2022, UNDRR pone el foco en la meta G: "incrementar considerablemente la disponibilidad de los sistemas de alerta temprana sobre amenazas múltiples y de la información y las evaluaciones sobre el riesgo de desastres transmitidas a las personas, y el acceso a ellos, para 2030".
Los avances en el cumplimiento del Marco de Sendái se evaluarán en la reunión de la Plataforma Global para la Reducción del Riesgo de Desastres, que tendrá lugar en Bali (Indonesia) del 22 al 28 de mayo.
Se celebrará una Conferencia sobre sistemas de alerta temprana multirriesgos de forma consecutiva para aumentar la comprensión y la aplicación de sistemas eficaces de alerta temprana de peligros múltiples "de extremo a extremo" y "centrados en las personas".
Con arreglo a la visión de la OMM, "de aquí a 2030, vemos un mundo donde todas las naciones, y en especial las más vulnerables, serán más resilientes a las consecuencias socioeconómicas de los fenómenos extremos relacionados con el tiempo, el clima o el agua y con otros fenómenos medioambientales".
El tema del Día Meteorológico Mundial da impulso a esta visión, ya que la OMM y sus 193 Miembros trabajan juntos para conseguir un planeta más seguro, más resiliente y más sostenible.
AUMENTO DE RIESGOS
En los últimos 50 años se han registrado más de 11 000 desastres relacionados con el tiempo, el clima y el agua, que han provocado algo más de 2 millones de muertes y pérdidas económicas por valor de 3,64 billones de dólares de los Estados Unidos. Esto supone una media mundial diaria de 115 muertes y 202 millones de dólares en concepto de pérdidas económicas.
Según el Atlas de la OMM sobre mortalidad y pérdidas económicas debidas a fenómenos meteorológicos, climáticos e hidrológicos extremos (1970–2019), el número de desastres se quintuplicó entre 1970 y 2019. Las pérdidas económicas han aumentado aún más, multiplicándose por siete.
No obstante, gracias al perfeccionamiento de los sistemas de alerta temprana y las estrategias de reducción del riesgo de desastres, el número de muertes es casi tres veces menor desde 1970.
Las sequías se han cobrado el mayor número de vidas en los últimos 50 años, especialmente en África. Se calcula que en 1983 hubo 450 000 muertes relacionadas con la sequía en Etiopía y el Sudán. Las tormentas ocupan el segundo lugar en cuanto a mayor número de víctimas, especialmente en Asia (un ciclón tropical mató a 300 000 personas en Bangladesh en 1970 y a otras 140 000 en 1991).
Por desgracia, los pobres son los más afectados. Aproximadamente nueve de cada diez muertes se producen en los países en desarrollo.
Los ciclones tropicales son los que más daños económicos han causado en los últimos 50 años, seguidos de las crecidas. El huracán Katrina, que azotó los Estados Unidos en 2005, fue el desastre más costoso, con unas pérdidas que ascendieron a la asombrosa cifra de 163 610 millones de dólares. Los siguientes tres desastres más costosos se produjeron en su totalidad en 2017 (huracanes Harvey, María e Irma).
Con demasiada frecuencia, nos enfrentamos a múltiples peligros simultáneos cuyos impactos en cascada afectan a la infraestructura, la agricultura, el transporte, la energía y los sistemas sanitarios.
Un ejemplo de ello fue la erupción volcánica submarina y el tsunami resultante en la nación insular del Pacífico de Tonga en enero de 2022. Además de la devastación física, los habitantes de Tonga tuvieron que hacer frente a las amenazas para la salud derivadas de las cenizas y los gases volcánicos. La capacidad de afrontamiento se ha visto diezmada en el momento más crítico de la temporada anual de ciclones tropicales. Las ondas de presión y de marea resultantes de la explosión recorrieron el mundo; entre sus numerosas repercusiones se incluye un derrame de petróleo frente a la costa peruana.
El ciclón tropical Batsirai, que azotó Madagascar en febrero de 2022, puso de manifiesto los peligros en cascada de los vientos violentos y las lluvias torrenciales, que causaron víctimas y destrucción y provocaron inundaciones costeras y en el interior, así como deslizamientos de tierra y lodo.
Las olas de calor suelen estar asociadas a la sequía, la mala calidad del aire y los incendios forestales, que a su vez pueden agravar el riesgo de crecidas repentinas durante lluvias posteriores.
Como resultado de ello, los impactos de los fenómenos meteorológicos extremos y del cambio climático han pasado a contribuir de manera importante a las crisis alimentarias, los desplazamientos y la migración y la inseguridad socioeconómica. La COVID-19 ha aumentado la complejidad de la gestión de desastres y ha aumentado enormemente la carga sobre los centros sanitarios, además de incrementar la mortalidad relacionada con el calor en muchos países.
En 2020, se calcula que 30 millones de personas se vieron desplazadas por desastres relacionados con el tiempo, según la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres. La pandemia, combinada con fenómenos meteorológicos extremos como la sequía, está teniendo efectos devastadores en el hambre y la pobreza en el mundo. En 2020, 2 300 millones de personas carecieron de un acceso adecuado a los alimentos durante todo el año.
El aumento de los costes socioeconómicos pone en peligro el desarrollo sostenible. Se prevé que esta tendencia continúe, ya que las personas, los bienes y las infraestructuras están expuestos al riesgo en nuestro mundo interconectado y urbanizado. Se calcula que en 2030 el 50 % de la población mundial vivirá en zonas litorales expuestas a inundaciones, tormentas y tsunamis.
Por ello, la comunidad de la OMM se esfuerza por aumentar la capacidad para determinar y reducir los riesgos asociados a dichos fenómenos extremos. Una nueva iniciativa, denominada "Catalogación de Fenómenos Peligrosos Relacionados con el Tiempo, el Clima, el Agua y el Tiempo Espacial", reforzará la base estadística para el desarrollo, la planificación y la prevención nacionales y proporcionará un fundamento sólido para comprender la exposición a los peligros y sus impactos.
El cambio climático es una amenaza grave y creciente para nuestro bienestar y para la salud del planeta. Según el sexto informe de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), está alterando la naturaleza de forma peligrosa y generalizada, además de afectar a la vida de miles de millones de personas en todo el mundo, a pesar de las medidas adoptadas para reducir los riesgos.
Según se indica en el informe sobre las bases físicas de cambio climático elaborado por el Grupo de Trabajo I del IPCC, la cantidad de fenómenos extremos alcanza valores nunca antes observados y aumentará a medida que se incremente el calentamiento global. Cada décima de grado importa.
En el informe también se señala que el cambio climático causado por actividades humanas ya influye en muchos fenómenos meteorológicos y climáticos extremos en todas las regiones del mundo. Desde que en 2014 se publicara el quinto informe de evaluación del IPCC, cada vez es más evidente que los fenómenos extremos (como las olas de calor, las precipitaciones fuertes, las sequías y los ciclones tropicales) están cambiando, y que esa evolución se debe a la influencia humana.
Con un calentamiento global de 1,5 °C (2,7 °F), el mundo deberá encarar múltiples peligros climáticos inevitables en las próximas dos décadas. El hecho de superar ese umbral de calentamiento, aunque sea de forma transitoria, entrañará graves consecuencias adicionales, algunas de las cuales serán irreversibles. Los riesgos para la sociedad aumentarán, en particular para las infraestructuras y los asentamientos en zonas costeras de baja altitud, según se explica en el informe del Grupo de Trabajo II del IPCC centrado en los impactos, la adaptación y la vulnerabilidad.
Cuando múltiples fenómenos meteorológicos extremos se producen de forma simultánea, ocasionan consecuencias en cascada que son cada vez más difíciles de gestionar. A raíz de esos fenómenos, millones de personas están expuestas a una grave inseguridad alimentaria e hídrica, en especial en África, Asia, América Central y del Sur, las islas pequeñas y el Ártico, afirma el IPCC.
Desde la década de 1950, los episodios de calor extremo son más frecuentes e intensos, y ninguna región escapa a ellos.
Las temperaturas superiores a 40 °C, e incluso a 50 °C, se dan con mayor frecuencia en muchas partes del mundo, lo que supone una gran amenaza para la salud y el bienestar de las personas.
Así, dos olas de calor extremo en 2003 (Europa Occidental) y 2010 (Federación de Rusia) fueron las causantes del 80 % de las muertes relacionadas con el tiempo en Europa entre 1970 y 2019. Las lecciones aprendidas de la ola de calor de 2003 fueron decisivas para la introducción de sistemas de alerta temprana que avisan de los riesgos del calor para la salud, así como también para la instauración de planes de acción conexos, medidas que actualmente promueve la Red Mundial de Información sobre el Calor y sus Riesgos para la Salud (GHHIN).
La cantidad de personas expuestas con frecuencia a olas de calor extremas se reduciría en unos 420 millones si el calentamiento global se limitara a 1,5 °C y no a 2 °C, según el IPCC.
El cambio climático también se manifiesta en el ciclo del agua: una atmósfera más cálida contiene más humedad. Por ello, la frecuencia y la intensidad de las lluvias fuertes han aumentado desde la década de 1950 y todo apunta a que esa tendencia se mantendrá. Según el IPCC, se prevé que las precipitaciones diarias extremas se intensifiquen en un 7 % por cada grado centígrado de calentamiento global.
En los últimos años se han podido observar numerosos episodios en los que el equivalente a la precipitación de un mes, o incluso de muchos meses, ha caído en cuestión de horas o días, provocando inundaciones devastadoras y mortíferas, como por ejemplo en África, Asia, Europa y América del Norte y del Sur.
Al mismo tiempo, se prevé que la intensificación del calentamiento global aumente la superficie terrestre afectada por sequías más frecuentes y severas, que constituyen un conocido desastre de evolución lenta.
También se cree que, con el creciente calentamiento global, la proporción de ciclones tropicales intensos (categorías 4 y 5) aumentará a escala mundial y agravará la vulnerabilidad de las poblaciones costeras, que se encuentran en plena expansión. Algunos elementos indican que el cambio climático altera las trayectorias de esos fenómenos, en particular en la zona occidental del Pacífico Norte.
Estamos asistiendo a desastres de mayor complejidad. Según el IPCC, la probabilidad de que se produzcan inundaciones combinadas (mareas de tempestad, precipitaciones extremas o flujo fluvial) se ha incrementado en algunos lugares y seguirá incrementándose debido a la subida del nivel del mar y a la mayor intensidad de las precipitaciones.
Es probable que se produzcan más a menudo olas de calor y sequías simultáneas, con el consiguiente riesgo de incendios forestales.
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